Nubya Garcia: Una fuerza imparable en el jazz

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No es ningún secreto que el jazz británico ha pasado durante estos últimos años por un imponente periodo de floración. Shabaka y los disueltos Sons of Kemet, Soweto Kinch, Moses Boyd, Yussef Dayes y Ezra Collective son tan solo algunos de los nombres que acuden inmediatamente a la mente cuando se trata de grandes proyectos de jazz provenientes de la antigua Albión que han explorado las fronteras del género, dotándolo así de una bienvenida bocanada de aire fresco.

Es cierto que, bien por pura casualidad, o bien por los problemas de representatividad e inclusión que aún afectan a la mayoría de escenas emergentes, todos estos nombres son de artistas masculinos. Sin embargo, en estos primeros últimos compases de un año que parece no hacer más que dar alegrías a los apasionados de la música, han sido dos mujeres las que han dominado los titulares y las miradas de los aficionados al jazz en Reino Unido. 

Hace apenas unas semanas, el hipnotizante, repetitivo y cuasi electrónico proyecto ambient de la arpista y compositora Nala Sinephro, Endlessness, conquistó de la noche a la mañana los corazones de todos los melómanos con sus etéreos bucles instrumentales que hacían parecer que uno abandonase momentáneamente el mundo terrenal. Tan solo unas semanas después, no obstante, parece que el último grito proveniente de la escena británica del jazz en estar en boca de toda la comunidad pertenece a una nueva artista ilusionante e imponente partes iguales.

Nubya Garcia nació en Camden, Londres, en 1991. De ascendencia guyanesa y trinitense y criada en el seno de una familia apasionada de la música, no fue la primera de sus muchos hermanos en empezar a aprender a tocar instrumentos cuando tocó sus primeras notas con tan solo cuatro años.

Nubya se crió desde pequeña en un mundo de culturas múltiples y convivientes. En el Camden no tan gentrificado de los 90, la pasión por la música caribeña y clásica se compaginaban sin problema alguno en su familia. Tenía tan solo 10 años cuando asistió al Trinidad Carnival que la zambulliría por primera vez en la cultura de su familia paterna. A esa misma edad tocó por primera vez el saxofón, instrumento que se iba a convertir no solo en su segunda voz, sino también en su principal e imprescindible herramienta creativa. 

 

Allá por los años 80, el mítico club Dingwalls en Camden había servido, de la mano de Gilles Peterson, para poner el acid jazz en el mapa allá, redefiniendo así la imagen del género en su totalidad y presidiendo sobre el mercado de la ciudad por el que cientos de miles de turistas circulan diariamente. Aunque se haya gentrificado en la última década, Camden sigue siendo un baluarte de la contracultura inglesa; un sitio en el que los clubs locales organizan semanalmente noches de jazz con gran éxito entre la juventud de la ciudad, que acoge con brazos abiertos y con una genuina admiración a los talentosos músicos que suben al escenario para compartir su música.

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